Cuando nos enfrentamos cara a cara con una
pieza de Eduardo Infante (Gerona, 1973), lo primero que hace nuestro ojo, de
manera instintiva, es buscar formas identificables. Al principio parecemos
reconocer una figura, pero un segundo después se desdibuja con el fondo.
El artista dice de su trabajo que es una
totalidad en la que el dibujo y la pintura caminan juntos, sin distinguirse, y
que ambos sirven, en sus posibilidades plásticas, para mostrar mucho más allá
de lo evidente. Quizá por esto yo misma sintiera, la primera vez que vi sus
piezas, una especie de desconcierto visual; no sabía muy bien si estaba viendo
abstracción o figuración. Y probablemente sea esta la cuestión principal para
comprender mejor su trabajo: las obras de Infante son un punto intermedio entre
ambos, un resquicio en el que jugar, sin miedo a equivocarse, con lo
reconocible y lo abstracto.
La Historia del Arte ha tenido como eje
principal de debate, durante siglos, la discusión entre los defensores de la
imagen y los que la rechazaban. Las religiones monoteístas son, en el fondo, el
origen de estas trifulcas. La imposibilidad de representar a Dios como ente
reconocible supuso que tanto el judaísmo como el islam optasen por una total
iconoclastia en su desarrollo artístico y cultural, dando paso así a la palabra
escrita como una personificación de la divinidad. Frente a esto, el
cristianismo entendió la imagen de Dios como inviolable pero no así todo lo
derivado de esta, como la naturaleza o los Seres Humanos, permitiendo la
representación fidedigna de la realidad visible.
Pues bien, Eduardo Infante intenta moverse
entre ambos mundos sin decantarse por ninguno, cuestionándose también la
veracidad de lo representado, e incluso se atreviéndose a negarlo.
Así, en algunas de sus piezas podemos ver
el trazo de una primera figura en dibujo, como en “Prodigio abandonado”, de
2008, y sobre ella su propia inexistencia: el color que se superpone e impide
reconocer lo que se esconde debajo. Dibujo frente a color. Figuración frente a
abstracción.
Hay, pues, en la producción de Infante un
punto de incertidumbre, una duda posible entre nuestra propia imaginería. ¿Qué
representa mejor lo inmaterial y lo intangible, la abstracción o la figuración?
Sus piezas no intentan ser una respuesta a esto, sino más bien con una
continuación de la pregunta, un enfrentamiento directo a esta.
Presentando sus últimas piezas en esta
exposición individual en la Parking Gallery, bajo el título de “El mar es más
que el cielo”, Infante nos interpela directamente con estas cuestiones, ya que,
¿no es el mar el reflejo del cielo? ¿No es su color azul, intenso, vivo,
potente, un espejo en el que se mira el cielo? Estos contrapuestos son una de
las preferencias más evidentes de Infante, siempre cuestionando lo definido
como estable, contraponiéndolo a algo más para cuestionarlo y de paso
utilizando, como aquí, el tema como excusa para retomar el vivo color que
protagoniza muchas de sus piezas. Parejas de piezas que se exponen juntas
porque incluso en el proceso creativo se han ido estableciendo como
contrapuestas.
Es interesante tener en cuenta también que
la gama cromática que utiliza Infante es, en muchos de los casos, muy intensa y
con colores muy vivos. Manchas que ocupan grandes espacios en la obra y que
contrastan con el abocetamiento que se percibe en el trazo del dibujo. La
delicadeza de la línea y la fuerza del color perfectamente combinados.
En sus obras encontramos también algunas
referencias a la influencia oriental. Es cierto que el uso del papel y el
dibujo, especialmente como él lo trabaja, nos remite a China, por ejemplo. Sin
embargo aquí hay mucho más: el artista explora las posibilidades plásticas del
material para incorporar lo inmaterial, como el vacío. Los grandes huecos que
vemos en muchas de las piezas están tan cargados de significado como el dibujo
y el color.
Desnudos sutiles con una sensualidad que se
percibe a través del trazo casi infantil que Infante impronta en sus obras.
Grandes vacíos, manchas de color que ocupan toda la superficie, líneas
abocetadas…
Y es precisamente el papel su soporte
fetiche uno de los culpables que le vinculan con la influencia oriental. Lo
característico del papel es su tactilidad, su permeabilidad, capaz de absorber
los colores y marcar más los trazos.
Tampoco es inocente esta relación si
observamos cómo la naturaleza, en las piezas del artista, es representada de
manera imaginativa, inventada y con un trazo que nos recuerda a nuestra
infancia. Montañas a base de triángulos y con apenas un blanco en la cumbre, a
modo de nieve, como en “Pink Dead Redemption”, de 2011. Un paisaje confuso,
múltiple, ensoñado, a base de grandes manchas superpuestas y líneas imprecisas.
En el fondo, de lo que nos está hablando
Eduardo Infante en toda su producción, que ahora muestra en Parking Gallery, es
de la dificultad humana para definir su propia existencia. El pensamiento es
propiamente, abstracto, pero nuestra realidad material es figurativa, así que,
¿cómo representamos esto en la creación artística? ¿Ha sabido el arte fluctuar
entre ambas posiciones? ¿Cómo estar entre las dos sin decantarse por ninguna?
La respuesta en las piezas de Infante es una mezcla de ambas, un intento por
aproximar lo inmaterial y lo material.
Con esta exposición, “El
mar es más que el cielo”, tenemos de nuevo la oportunidad de asomarnos a la
ventana que Infante nos abre para ver que la realidad es, más allá de cómo la
percibimos, mucho más compleja.
Foto Germán Fernández